miércoles, junio 22, 2022

polvo

 

Las expresiones Pregúntale al polvo [1], estamos hechos de polvo y por eso al polvo volveremos [2], se acercan al oximorón o a un planteamiento existencial/ontológico y, aunque son expresiones de segundo grado, su tema principal, el polvo, es también un concepto de primer grado, en tanto corresponde a la Física o matemáticas dar cuenta de los enunciados del tipo: “polvo cósmico”, “polvo de estrellas”.

                Empero, con el riesgo de parecer retrotópicos, anticipemos un par de preguntas que van acorde al deseo cárnico/visceral de Bukowsky cuando prologa el libro ya citado de John Fante: ¿Por qué polvo es una palabra/concepto o metáfora tan celestial como anodina, o más cercana al ganado porcino que a la asepsia doméstica?

                La importancia que Bukowsky da a lo cárnico/visceral (actitud retrotópica), estribaría en que, en lo cotidiano, todo aquello relacionado con los humores corporales, las emociones primarias y las economías de monedero, es tan soslayado o epitelial en las novelas literarias que hacen ver artificiales la trama y los personajes.

                Ahora bien, para analizar el por qué adquiere esas alegorías la palabra polvo necesitaríamos más hojas de las que hoy contamos, por lo pronto, quedémonos con el cómo se utiliza la palabra polvo en la escritura ya que, en cierta forma, lo que la literatura nos comparte es reflejo de lo cotidiano.

                Entonces, ¿podemos encaminar, ¿reducir?, este texto sobre el polvo hacia lo demasiado humano? Puede ser que semejantes intenciones esbocen un principio de soberbia/narcisismo, se dice narcisismo o soberbia porque ahondar este punto iría en función de la frase “curarse en salud”; y es que, ¿acaso no algunos aspectos de la palabra polvo, incluso su etimología, están relacionados con esas parcelas humanas que Bukowsky acerca a un mix de humor y sentimientos?

                Esos aspectos humanos, el mix de humor y sentimiento, son inmanentes a la palabra polvo no tanto en su sentido etimológico, sino en las posibilidades o direcciones semánticas que su “definición histórica” posibilita, y de la cual podemos decir que al establecer un puente o cercanía con la esfera existencial, emocional o psicológica, dicha palabra adquirió un matiz mucho más complejo, profundo, abarcador y determinante en la vida cotidiana.

                Prueba de que esos elementos viscerales, cotidianos (demasiado humanos), concomitan a nuestra palabra es que el éxito del libro escrito por John Fante no solo se lo debe a la trama. Tal importancia o precisión se predispuso desde el título mismo donde “polvo” resulta una bofetada a los adormecidos procesos cognitivos que bamboleantes reciben con entusiasmo las historias narradas en el texto. Polvo, el peso de la palabra polvo, otorga a la expresión “pregúntale al…” ese hálito existencial que ha posicionado el libro en la preferencia de los lectores. Un texto que, por otro lado, directamente nada tiene que ver con el polvo. Fante reconoce esta estratagema, o efecto literario, cuando escribe de manera indirecta, ya como el personaje de su novela: tampoco trataba sobre ningún perro…, insinuando, quizás: “tampoco trataba sobre el polvo”.

                Podemos aventurar que lo mismo ocurre con los libros Banderas en el polvo e Intruso en el polvo de William Fulkner, o con la obra plástica Zapatos de polvo de diamante de Andy Warhol. Novelas y plástica en donde el hilo existencial, lo cárnico/visceral, de la palabra polvo/polvoriento es más evidente que el brillo, la opacidad o el matiz grisáceo que la impronta que las partículas dejan en donde se asientan. Estamos en dirección de apreciar el polvo como una biblioteca sígnica más que como una mancha en la pared o los minúsculos residuos encima de los muebles que

ensucian nuestra ropa. Es sugerente que una pregunta aparentemente mentecata nos aproxime a polvo como el epítome de un superlativo.

                Polvo resulta un compendio rizomático en tanto la infinidad de direcciones que tienden a tomar sus significados llevan esa palabra a un nivel inesperadamente abarcador, oceánico. Los ejemplos extraídos del uso cotidiano lo confirman. Si no fuera suficiente, podemos verificar su uso dentro de la llamada alta cultura y veremos que su efectividad, de igual manera, es contundente. No demerita su polisemia en sendos estratos del pensamiento.

Polvos mágicos. Polvorear la nariz. No le vieron ni el polvo. Te voy a hacer polvo. Guardapolvo. La banda del Polvo (pandilla callejera que conformó mitos urbanos en la ciudad de Oaxaca durante la década de 1980). El último polvo. Polvorones. Polvorín. Estaba hecho polvo. Los juramentos escritos en el polvo. Leche en polvo. Polvos orodíferos para la cara. Apestaban a polvo enmohecido. Polvo de millones de siglos. Nada se toma en serio en la vida humana: el polvo no merece la pena. Un grano de polvo en la infinidad del universo. Polvorienta palabra. Solo quedó polvo y cenizas. Nieve que cae como polvo. Polvo dormido. Risas polvorosas.

                Si quisiéramos preguntar por el sentido original de expresiones de la lista anterior tendríamos que recurrir a Sigmund Freud, Slavoj Zizek, Artur Schopenhauer, Raimond Chandler, Patrik Süskind, Oliverio Girondo, Allen Guinsberg, Albert Camus, H.P Lovecraft, Jackes Lacan, Agota Kristof, Andy Warhol, Octavio Paz, J. Borges, Agatha Cristie, quienes han llevado el polvo a esferas sublimes, complejas o mundanas, pero eso hoy no es posible en tanto la mayoría de los escritores mencionados ya son parte del polvo que nos rodea.

                En otras áreas, sea lo psicológico, filosófico o poético, la palabra polvo se comporta como en la vida cotidiana. Su versatilidad nos permite encontrarlo por todos lados, sin importar la cualidad, características o posición del usurero que emplea tal palabra como mejor conviene a su necesidad expresiva, sea como elemento emocional, situacional, histórico o identitario. Por eso mismo podemos decir que esta palabra no asume ser encasillada en una condición bowleana en donde a o b son las únicas opciones.

                En la literatura parte de los escritores de narrativa o ensayo prefieren utilizar polvo en su acepción más directa o cotidiana, como sinónimo de suciedad, viejo, monótono, pesadez, opacidad, inmovilidad. Son los poetas, juglares o filósofos quienes en muchas ocasiones le otorgan a polvo el vitalismo que hoy le implicamos. De tantas maneras distintas es empleada la palabra polvo que faltaría espacio en este texto para enlistar las posibilidades que ofrece a los escritores y que sin embargo siempre encuentran la manera de sacarla de la monotonía natural en que se encuentra, en tanto una de las condiciones de esta palabra es, precisamente, la de estancamiento.

                Si polvo es trabajado a manera de elemento emocional también muestra las posibilidades que su capacidad plástica ofrece. Como recurso emocional la palabra polvo se muestra en todo su esplendor y presta a dejarse llevar hasta sus últimas consecuencias, hasta donde la creatividad del escritor o escritora permita. También no todas/todos los creativos literarios llegan a emparentarla con lo psicológico. Es más común que se encabalguen a su aspecto emocional aspectos psicológicos, de tal suerte que éstos no se vean solo subordinados, al ser empleada por poetas y filósofos, recurso psicológico que tampoco en los escritores de prosa es común.

                Más aún, como elemento psicológico el polvo, y la palabra polvo, no es abordado de manera directa en casi todos los textos que revisé. Ante esta situación, nosotros podemos colegir que el polvo puede estar relacionado con la obsesión, el narcisismo, lo anal, la angustia, la depresión, la melancolía, lo ilusorio, la acumulación, lo aprehensivo, con paranoias, lo oscuro, la muerte, el olvido; pero también con el sentido de pertenencia y deseo de trascendencia, perpetuidad, el apego.

                El polvo como elemento del eros y tánatos es más usual de lo que podemos pensar, aunque tales relaciones no son tan conscientes, como tampoco lo son nuestros deseos ero-

tanáticos. Octavio Paz en El laberinto de la soledad, haciendo alusión a Villaurrutia dice todos somos polvo y vamos al polvo, y en ese sentido remataría Sigmund Freud siguiendo la misma sentencia que Paz y que hemos leído en la primera línea de este texto: por lo que, una vez nacido: debes a la naturaleza una muerte. Paz y Freud darían por descontado la relación ero-tanatica de nuestra palabra.

                Polvo, además de ser alegoría de principio, también lo es de fin, no solo en sentido psicológico, ya tratado, aunque su sentido vas más allá cuando es llevado a la esfera ontológica (venimos de una partícula de polvo –vida-, característica unitaria; y volvemos a ser partículas de polvo –muerte-, característica vinculante), que nos permite tener la esperanza de, finalmente, estar en comunión con el polvo cósmico, uno solo con el Ser universal. A su vez, en el terreno material y cotidiano con el deseo colectivo, generalizable, massmediatizado de chocarrera o fatua trascendencia.

                Y es que el polvo, en todo caso, es lo que siempre quedará de nosotros, estará ahí en la eternidad como única huella de nuestra existencia y esa forma de pensar rubrica nuestra perpetuidad, por más que sea polvo en lo que nos convertiremos. Aunque esta forma de pensar resulte una especie de espejismo mágico, si recordamos lo ocurrido con budas gigantes de piedra pulverizados por los talibanes años atrás. Lo que finalmente veíamos, a través de los media, era una nube de polvo y escombros en vez de las bellezas milenarias, y es que también las imágenes divinas se convierten en polvo. Si las imágenes divinas pueden acceder a este final, ¿qué podemos esperar de nuestra polvorienta huella dejada luego de que los huesos se pulvericen al paso de los años? Aunque tal suposición puede catalogarse de arrogante, en realidad es una mera esperanza chabacana, y efectiva, para disminuir la sensación, real, que el nihilismo posmoderno se esfuerza, vía el ultramaterialismo desbordado, en arrojarnos (si recordamos que ya hay cápsulas en el espacio sideral donde descansan, o flotan, los polvos-restos- de lo que alguna vez fuimos).

                La palabra polvo, como una fórmula emocional-psicològica, utilizada por los poetas, rápsodas, juglares y filósofos, nos puede conmover a raudales (fiesta en Dakar, de Oliverio Girondo, por ejemplo). La manera en que es empleada por Zizek, Schopenhauer, Paz, Slöterdijk, llega a ser de una agudeza reveladora, logrando alumbrar el camino que nos indican esos escritores en la densidad de sus ideas. En ellos el polvo funciona como un faro en medio de la oscuridad o profundidades del alma humana a la que se aproximan, más que una cortina que al envolver la idea la obnubilase.

                Pero a su vez, las posibilidades que nos ofrece la palabra polvo pueden darse de manera más fluida y carnal, o natural. Por ejemplo, el grupo musical venezolano Caramelos de cianuro interpreta un tema musical titulado el último polvo que, relacionada con una anécdota aportada por Sigmund Freud en su obra La interpretación de los sueños, de menos, legitima la proporción otorgada a nuestra palabra en este texto.

                Cuenta Freud que un paciente que tenía el cutis un tanto sensible empleaba, aun cuando su esposa explotaba si éste lo hacía, una de sus brochas para polvos cosméticos al momento de afeitarse. En una época en que la pareja pasaba por dificultades de tipo sexual-genital, al grado de la abstinencia -en tanto la esposa suponía que su cuerpo se estropeaba con el juego genital-, la esposa descubrió a su esposo haciendo uso de su brocha cosmética y le espetó … Ya vuelves a empolvarme con tu brocha, y como es costumbre en Viena decir echar polvos por coito, durante el instante del reclamo ambos cayeron en cuenta de tales implicaciones lúbricas de la frase o lapsus, por lo que en vez de generarse una situación de pleito o violencia, los consortes quedaron agraciados.

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1 La expresión resulta el libro: Pregúntale al polvo, de John Fante

2 Tomado de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud