viernes, julio 21, 2023

texto publicado en el 2005 en el diario NOTICIAS, de Oaxaca... vigente
 

jueves, octubre 20, 2022


 



 

domingo, julio 03, 2022

 

Sobre Perder el reino de Israel García Reyes

Si “el arte es preeminentemente provinciano”, entonces la novela Perder el reino abona a la conformación de una historiografía novelada del México profundo y arcaico narrada por escritores locales.
    A su vez, Perder el reino reduce la ausencia, como reconocería Felipe Cazals sobre el cine mexicano, de “historias costumbristas y personajes connotados” de nuestro pasado ancestral, esenciales para conformar la gran memoria colectiva mexicana bajo un registro actual, contemporáneo/posmoderno.
    García Reyes encamina -aproxima- su estilo narrativo, al tratar las injusticias cometidas contra el nieto de Nezahualcóyotl, hacia las maneras que también encontramos al ir leyendo a la emperatriz Carlota en una de las obras destacadas de Fernando del Paso: Noticias del imperio.
    En sendos libros las constantes hipercontextualizaciones (ejercicio textual de asociación in situ) enriquecen/estimulan el imaginario del lector y refuerzan el contexto de las tragedias y desventuras que padecen los personajes, sin las distracciones de las tradicionales apostemillas o pies de página.
    La novela está coloreada por el humor de manera transversal, a la manera de Salvador Novo mientras aborda la sexualidad nahua o de Homero Aridjis en Los perros del fin del mundo. Aún en los más crudos pasajes de la novela el humor negro hace presencia y llega a su clímax en la última parte (pags.137 y ss.), donde, no sin cierto forcejeo, entran en escena dioses y personajes del panteón griego, teutón, turco, mexica, maya, nahua.
    Es destacable que el estilo humorístico de García no sea un cliché. Al utilizar el “humor trascendental” su apuesta no intenta suavizar los hechos, va más allá. No vuelve estigma o chistera el dolor/agonía de sus personajes.
    Y es que García Reyes logra hacer de su narrativa una novela suculenta en detalles, a la vez, reveladora ínsula de oprobios palaciegos donde los indígenas (indios), españoles y mestizos no salen bien librados.
    Con  165 páginas el autor deja en claro que no necesitamos leer 856, como propone Jennings con Azteca, para conocer y sensibilizarnos en nuestro pasado arcaico mientras exploramos los otros pormenores, mínimamente abordados en los libros de historia oficiales, del shock que ocasionó el encuentro de los dos mundos.
    En tanto  el tratamiento que, el también poeta y periodista, da a la acción trasciende el mero morbo o chismología por las pasiones o debilidades humanas es posible proponer que, allende la cursilería común al tratar situaciones del campo, los indígenas o españoles-encontradas en Jennings, Arcelia Yañìz, Burgoa, Castro Mantecón, Dimas Altamirano, Bradomín, Pérez Gay o Ángel Palou -, el escritor también evita la gazmoñería moral al novelar las pasiones humanas relacionadas con los siete pecados capitales e induce a pensar que  éstos no son propios de católicos, conquistadores o conquistados, como del género humano.
    La forma en que aborda lo que ocurre con el nieto de Nezahualcóyotl, Hernando Cortés, Juan de Zumárraga, Nuño de Guzmán o Diego Delgadillo estimula al lector y logra hacer que éste no caiga en las trampas del sentimentalismo o folklore.
    Ahora, en ocasiones el texto adquiere cierta monotonía debido al tratamiento periodístico que el narrador da a algunas situaciones, en donde verbos y oraciones se acercan a la nota del diario o periódico. Quizá este cambio de ritmo, que no llega a ser columna informativa, se relacione con la actividad profesional del escritor, aunque no al grado de que el lector pudiera perder la atmósfera de la historia.
    Quien tenga el acierto de llevar la novela Perder el reino a su casa tendrá un nutricio pedazo de la truculenta historia mexicana enriqueciendo el rincón de sus libros.


miércoles, junio 22, 2022

polvo

 

Las expresiones Pregúntale al polvo [1], estamos hechos de polvo y por eso al polvo volveremos [2], se acercan al oximorón o a un planteamiento existencial/ontológico y, aunque son expresiones de segundo grado, su tema principal, el polvo, es también un concepto de primer grado, en tanto corresponde a la Física o matemáticas dar cuenta de los enunciados del tipo: “polvo cósmico”, “polvo de estrellas”.

                Empero, con el riesgo de parecer retrotópicos, anticipemos un par de preguntas que van acorde al deseo cárnico/visceral de Bukowsky cuando prologa el libro ya citado de John Fante: ¿Por qué polvo es una palabra/concepto o metáfora tan celestial como anodina, o más cercana al ganado porcino que a la asepsia doméstica?

                La importancia que Bukowsky da a lo cárnico/visceral (actitud retrotópica), estribaría en que, en lo cotidiano, todo aquello relacionado con los humores corporales, las emociones primarias y las economías de monedero, es tan soslayado o epitelial en las novelas literarias que hacen ver artificiales la trama y los personajes.

                Ahora bien, para analizar el por qué adquiere esas alegorías la palabra polvo necesitaríamos más hojas de las que hoy contamos, por lo pronto, quedémonos con el cómo se utiliza la palabra polvo en la escritura ya que, en cierta forma, lo que la literatura nos comparte es reflejo de lo cotidiano.

                Entonces, ¿podemos encaminar, ¿reducir?, este texto sobre el polvo hacia lo demasiado humano? Puede ser que semejantes intenciones esbocen un principio de soberbia/narcisismo, se dice narcisismo o soberbia porque ahondar este punto iría en función de la frase “curarse en salud”; y es que, ¿acaso no algunos aspectos de la palabra polvo, incluso su etimología, están relacionados con esas parcelas humanas que Bukowsky acerca a un mix de humor y sentimientos?

                Esos aspectos humanos, el mix de humor y sentimiento, son inmanentes a la palabra polvo no tanto en su sentido etimológico, sino en las posibilidades o direcciones semánticas que su “definición histórica” posibilita, y de la cual podemos decir que al establecer un puente o cercanía con la esfera existencial, emocional o psicológica, dicha palabra adquirió un matiz mucho más complejo, profundo, abarcador y determinante en la vida cotidiana.

                Prueba de que esos elementos viscerales, cotidianos (demasiado humanos), concomitan a nuestra palabra es que el éxito del libro escrito por John Fante no solo se lo debe a la trama. Tal importancia o precisión se predispuso desde el título mismo donde “polvo” resulta una bofetada a los adormecidos procesos cognitivos que bamboleantes reciben con entusiasmo las historias narradas en el texto. Polvo, el peso de la palabra polvo, otorga a la expresión “pregúntale al…” ese hálito existencial que ha posicionado el libro en la preferencia de los lectores. Un texto que, por otro lado, directamente nada tiene que ver con el polvo. Fante reconoce esta estratagema, o efecto literario, cuando escribe de manera indirecta, ya como el personaje de su novela: tampoco trataba sobre ningún perro…, insinuando, quizás: “tampoco trataba sobre el polvo”.

                Podemos aventurar que lo mismo ocurre con los libros Banderas en el polvo e Intruso en el polvo de William Fulkner, o con la obra plástica Zapatos de polvo de diamante de Andy Warhol. Novelas y plástica en donde el hilo existencial, lo cárnico/visceral, de la palabra polvo/polvoriento es más evidente que el brillo, la opacidad o el matiz grisáceo que la impronta que las partículas dejan en donde se asientan. Estamos en dirección de apreciar el polvo como una biblioteca sígnica más que como una mancha en la pared o los minúsculos residuos encima de los muebles que

ensucian nuestra ropa. Es sugerente que una pregunta aparentemente mentecata nos aproxime a polvo como el epítome de un superlativo.

                Polvo resulta un compendio rizomático en tanto la infinidad de direcciones que tienden a tomar sus significados llevan esa palabra a un nivel inesperadamente abarcador, oceánico. Los ejemplos extraídos del uso cotidiano lo confirman. Si no fuera suficiente, podemos verificar su uso dentro de la llamada alta cultura y veremos que su efectividad, de igual manera, es contundente. No demerita su polisemia en sendos estratos del pensamiento.

Polvos mágicos. Polvorear la nariz. No le vieron ni el polvo. Te voy a hacer polvo. Guardapolvo. La banda del Polvo (pandilla callejera que conformó mitos urbanos en la ciudad de Oaxaca durante la década de 1980). El último polvo. Polvorones. Polvorín. Estaba hecho polvo. Los juramentos escritos en el polvo. Leche en polvo. Polvos orodíferos para la cara. Apestaban a polvo enmohecido. Polvo de millones de siglos. Nada se toma en serio en la vida humana: el polvo no merece la pena. Un grano de polvo en la infinidad del universo. Polvorienta palabra. Solo quedó polvo y cenizas. Nieve que cae como polvo. Polvo dormido. Risas polvorosas.

                Si quisiéramos preguntar por el sentido original de expresiones de la lista anterior tendríamos que recurrir a Sigmund Freud, Slavoj Zizek, Artur Schopenhauer, Raimond Chandler, Patrik Süskind, Oliverio Girondo, Allen Guinsberg, Albert Camus, H.P Lovecraft, Jackes Lacan, Agota Kristof, Andy Warhol, Octavio Paz, J. Borges, Agatha Cristie, quienes han llevado el polvo a esferas sublimes, complejas o mundanas, pero eso hoy no es posible en tanto la mayoría de los escritores mencionados ya son parte del polvo que nos rodea.

                En otras áreas, sea lo psicológico, filosófico o poético, la palabra polvo se comporta como en la vida cotidiana. Su versatilidad nos permite encontrarlo por todos lados, sin importar la cualidad, características o posición del usurero que emplea tal palabra como mejor conviene a su necesidad expresiva, sea como elemento emocional, situacional, histórico o identitario. Por eso mismo podemos decir que esta palabra no asume ser encasillada en una condición bowleana en donde a o b son las únicas opciones.

                En la literatura parte de los escritores de narrativa o ensayo prefieren utilizar polvo en su acepción más directa o cotidiana, como sinónimo de suciedad, viejo, monótono, pesadez, opacidad, inmovilidad. Son los poetas, juglares o filósofos quienes en muchas ocasiones le otorgan a polvo el vitalismo que hoy le implicamos. De tantas maneras distintas es empleada la palabra polvo que faltaría espacio en este texto para enlistar las posibilidades que ofrece a los escritores y que sin embargo siempre encuentran la manera de sacarla de la monotonía natural en que se encuentra, en tanto una de las condiciones de esta palabra es, precisamente, la de estancamiento.

                Si polvo es trabajado a manera de elemento emocional también muestra las posibilidades que su capacidad plástica ofrece. Como recurso emocional la palabra polvo se muestra en todo su esplendor y presta a dejarse llevar hasta sus últimas consecuencias, hasta donde la creatividad del escritor o escritora permita. También no todas/todos los creativos literarios llegan a emparentarla con lo psicológico. Es más común que se encabalguen a su aspecto emocional aspectos psicológicos, de tal suerte que éstos no se vean solo subordinados, al ser empleada por poetas y filósofos, recurso psicológico que tampoco en los escritores de prosa es común.

                Más aún, como elemento psicológico el polvo, y la palabra polvo, no es abordado de manera directa en casi todos los textos que revisé. Ante esta situación, nosotros podemos colegir que el polvo puede estar relacionado con la obsesión, el narcisismo, lo anal, la angustia, la depresión, la melancolía, lo ilusorio, la acumulación, lo aprehensivo, con paranoias, lo oscuro, la muerte, el olvido; pero también con el sentido de pertenencia y deseo de trascendencia, perpetuidad, el apego.

                El polvo como elemento del eros y tánatos es más usual de lo que podemos pensar, aunque tales relaciones no son tan conscientes, como tampoco lo son nuestros deseos ero-

tanáticos. Octavio Paz en El laberinto de la soledad, haciendo alusión a Villaurrutia dice todos somos polvo y vamos al polvo, y en ese sentido remataría Sigmund Freud siguiendo la misma sentencia que Paz y que hemos leído en la primera línea de este texto: por lo que, una vez nacido: debes a la naturaleza una muerte. Paz y Freud darían por descontado la relación ero-tanatica de nuestra palabra.

                Polvo, además de ser alegoría de principio, también lo es de fin, no solo en sentido psicológico, ya tratado, aunque su sentido vas más allá cuando es llevado a la esfera ontológica (venimos de una partícula de polvo –vida-, característica unitaria; y volvemos a ser partículas de polvo –muerte-, característica vinculante), que nos permite tener la esperanza de, finalmente, estar en comunión con el polvo cósmico, uno solo con el Ser universal. A su vez, en el terreno material y cotidiano con el deseo colectivo, generalizable, massmediatizado de chocarrera o fatua trascendencia.

                Y es que el polvo, en todo caso, es lo que siempre quedará de nosotros, estará ahí en la eternidad como única huella de nuestra existencia y esa forma de pensar rubrica nuestra perpetuidad, por más que sea polvo en lo que nos convertiremos. Aunque esta forma de pensar resulte una especie de espejismo mágico, si recordamos lo ocurrido con budas gigantes de piedra pulverizados por los talibanes años atrás. Lo que finalmente veíamos, a través de los media, era una nube de polvo y escombros en vez de las bellezas milenarias, y es que también las imágenes divinas se convierten en polvo. Si las imágenes divinas pueden acceder a este final, ¿qué podemos esperar de nuestra polvorienta huella dejada luego de que los huesos se pulvericen al paso de los años? Aunque tal suposición puede catalogarse de arrogante, en realidad es una mera esperanza chabacana, y efectiva, para disminuir la sensación, real, que el nihilismo posmoderno se esfuerza, vía el ultramaterialismo desbordado, en arrojarnos (si recordamos que ya hay cápsulas en el espacio sideral donde descansan, o flotan, los polvos-restos- de lo que alguna vez fuimos).

                La palabra polvo, como una fórmula emocional-psicològica, utilizada por los poetas, rápsodas, juglares y filósofos, nos puede conmover a raudales (fiesta en Dakar, de Oliverio Girondo, por ejemplo). La manera en que es empleada por Zizek, Schopenhauer, Paz, Slöterdijk, llega a ser de una agudeza reveladora, logrando alumbrar el camino que nos indican esos escritores en la densidad de sus ideas. En ellos el polvo funciona como un faro en medio de la oscuridad o profundidades del alma humana a la que se aproximan, más que una cortina que al envolver la idea la obnubilase.

                Pero a su vez, las posibilidades que nos ofrece la palabra polvo pueden darse de manera más fluida y carnal, o natural. Por ejemplo, el grupo musical venezolano Caramelos de cianuro interpreta un tema musical titulado el último polvo que, relacionada con una anécdota aportada por Sigmund Freud en su obra La interpretación de los sueños, de menos, legitima la proporción otorgada a nuestra palabra en este texto.

                Cuenta Freud que un paciente que tenía el cutis un tanto sensible empleaba, aun cuando su esposa explotaba si éste lo hacía, una de sus brochas para polvos cosméticos al momento de afeitarse. En una época en que la pareja pasaba por dificultades de tipo sexual-genital, al grado de la abstinencia -en tanto la esposa suponía que su cuerpo se estropeaba con el juego genital-, la esposa descubrió a su esposo haciendo uso de su brocha cosmética y le espetó … Ya vuelves a empolvarme con tu brocha, y como es costumbre en Viena decir echar polvos por coito, durante el instante del reclamo ambos cayeron en cuenta de tales implicaciones lúbricas de la frase o lapsus, por lo que en vez de generarse una situación de pleito o violencia, los consortes quedaron agraciados.

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1 La expresión resulta el libro: Pregúntale al polvo, de John Fante

2 Tomado de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud

 

¿Poesía indígena o poesía etno-pop?

 

…¿por qué me resulta escabroso tratar el tema de la literatura indígena, en lo particular el de la “flor y canto” (“poesía indígena”)?  Luego de que mi ejercicio introspectivo seguía sin aminorar la inconformidad de los teclazos y más bien iba en aumento. Recurrí al puñado de talleres literarios o actividades afines, que he tomado y lo iba confirmando; por un lado, en ninguno de esos talleres y actividades  estudié con tanto detalle a poetas indígenas, como lo hice con poetas europeos, asiáticos, y uno que otro africano; por el otro, las poquísimas veces que se tocó ese “tema” lo hicimos como con pinzas. Resultó difícil que en las listas  de mi experiencia literaria la “poesía indígena” apareciera. Lo poco que he leído, lo leí por mi cuenta.

            Si la “flor y canto” (in xóchitl, in cuícatl), la poesía originaria “nahua” -poesía indígena-, son parte esencial de las comunidades así catalogadas, es porque “flor y canto” implican la esencia de las culturas primigenias. Quizá también por ahí está el problema,  en tanto “Culturas” nucleadas en nichos ecológicos en dramática transformación. 

             Se sabe que la lengua permanece mientra sus elementos se van resemantizando. Esto no ocurre con los “elementos” que conforman las distintas geografías de nuestros ancestros y de las cuales abreva, nombran o señalan las  metáforas sinónimo de “flor y canto”. En ese ejercicio los ciclos, son lo permanente y  las palabras que las nombran, en cierta manera, eternas. L@s literat@s de raíz indígena que utilizan neologismos intraducibles (“asfalto”, “Dakar”, “Caja negra”, “danzón”, “flor de mayo”) se estarían alejando de la “flor y canto”, acercándose  a los “cantos”/sonidos digitales y luces de navidad. Ejercicio y producto seguramente poético que fácilmente podría ubicarse en el terreno de la poesía experimental occidental,   “poesía etno-cultural indígena”  (Sudamerica),  difícil que se alojara en el lugar de  aquellos cantares primigenios/indígenas.

            Mucha de esa nueva poesía de “raíz  indígena, se torna poesía “étnica” –en tanto confluencia de migraciones-, alejando su esencia  primigenia (indígena).

            En este tipo de poesía “etno” el yo poético se nos muestra, a caso revela, maravillado o como sorprendido  ante la novedad social/tecnológica. No se anuncia alguna revelación trascendental que explique/muestre/describa el/su mundo. Por más cotidiano el tema en la poesía indígena mantiene la “flor” (a merced de la luna/pienso en ti: Juan g. Regino). Se observa que en la “poesía étnica indígena” (Sudamérica) contemporánea el lenguaje originario pasa a ser una opción, pretexto, el medio idóneo, entre otros, para manifestar su oficio, y no una necesidad o acto inexorable como lo “procesos” que tratan los tlamatinime.

 1

Carlos Monsiváis dijo acerca de la vanguardia poética mexicana, que sólo sirve para llenar un espacio dentro de la historia literaria, algo similar menciona H. Ak´abal sobre cierto tipo de “poesía indígena” que sirve de pretexto folclórico, o como farandulería de las industrias culturales.

            Echemos una ojeada a los programas de gobierno y ong´s existentes que fomentan el ejercicio de la “literatura/poesía indígena”, pareciera que a través de infinidad de proyectos oficiales o no oficiales, se está recuperando, promoviendo, resguardando la “flor y canto”, ¿es así? ¿Esos programas realmente están recuperando la poesía ancestral?

            Las estadísticas oficiales sobre los gastos y producción  de “poesía indígena”  nos dejarán perplejos, por las “grande$” cantidade$ que $e de$tinan. Lo mismo provocarían los datos de las antologías de “poesía indígena”y ediciones individuales, donde la “flor y canto” a penas o de plano, no se notan. Las “bondades” de nuestro sistema político/social no sólo promueven, impulsan, un estereotipo de “intelectual indígena”[1];  por suerte, también se han recuperado y promueven arquetipos - tlamatinime – (Briseida Cuevas, Gerardo Can Pat,  Víctor de la Cruz).

            Si nos sumergimos en el mundo de la poesía indígena, la cual a su vez se confunde con las implicaciones de la expresión escritora-or en “lengua indígena”, veremos que la gran diferencia entre poesía no indígena e indígena de la actualidad, no se encuentra en sus temáticas, preocupaciones o formatos (métricas, ritmos y otras estructuras literarias). Se aleja de la FLOR, dándole primacía al CANTO. En ese proceso de escisión el mensaje se ofrece melodioso sí, aunque  vacío, mejor aún: hueco, ya que ALGO se pierde en la traducción  que premia  un “elemento” sobre el otro. O, en el mejor de los casos, se percibe una “poesía del lenguaje”, que predispone estados de bienestar o placer, soslayando las ideas.

            La historia nos brinda panópticas, por lo que podemos colegir  que tal situación  poética está relacionada con la destrucción del nicho ecológico y menos con la formación académica, espiritual del/la tlamatinime  o  poesía per sé; si bien el/la poeta que se concibe como tal (“poeta indígena”) podría, en un “regaderazo de conciencia”, replantear su oficio o quehacer literario. Podríamos esperar otros 52 años, pues en tanto la “poesía indígena” –igual que toda poesía- no es parte del genoma de la persona (quizá halla algo raro en su bioquimia, nada que revele que tal situación de desajuste hormonal o celular tenga que ver con su poesía).  Destruido el nicho, el entorno; transformadas las cosmogonías y geografías donde la “flor y canto” deslumbraron el espíritu de los ancestros, ¿qué otra literatura podríamos encontrar? Una literatura ya no tan indígena.

            Lo cierto es que hoy día la poesía/literatura “indígena mexicana” recibe becas  y  estímulos como cualquier otra categoría literaria y está catalogada en las poéticas contemporáneas. En un rubro o apartado específico (“Letras en lenguas indígenas”), pero dentro de lo que conocemos como “bellas artes”. ¿Por qué entonces no pasar este tipo de poesía  por un rasero más o menos similar –guardando las correspondencias y relaciones-  al de las otras categorías poéticas/literarias? 

 2

¿Qué es la “poesía indígena”?  Apartemos un poco las respuestas relacionadas con el dicho de Salvador Novo, Carlos Pellicer, Jaime Sabines, Revueltas, Carlos Montemayor, Victor de la Cruz, Humberto Ak´abal  y centrémonos en los  frailes o indígenas remisos, principalmente en su “vocero/curador” don Miguel León Portilla, pues son quienes mejor traducen lo que en el mundo occidental llamamos poesía.

            La “flor y canto” son voces (cantares) dirigidas a sus dioses, a la naturaleza, la muerte y otras existencialidades. Si las maneras en que los ancestros se dirigen o dirigieron a ellos y a la naturaleza han encontrado tales cumbres a través del lenguaje ("¿Acaso de verdad se vive en la tierra?, No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí", proponían los nahuas hace miles de años) no es propiamente por una búsqueda o estilística literaria, quizá en función  de una “estilística” cosmogónica o psicológica.   También sería demasiado romántico y bizarro tomar por raseros a los “15 poetas del mundo Azteca”, que ha propuesto el dr. León Potilla, para aproximarnos de manera más tranquila a la realidad poética contemporánea indígena, relacionada con ese tipo de poesía originaria.         Empero, sí acudiremos a otro libro  con poéticas más actuales. También compilado por don León Portilla, titulado: “antigua y Nueva palabra” - de  900 páginas-, donde se incluyen “poetas indígenas”  del siglo XXI cuya lírica está mas cercana a la tradición  de la “flor y canto” y se aleja del  deslumbramiento citadino o del folclor cosificante de la posmodernidad.

            Toda poesía  creada por el tlamatinime (sabio/filósofo/poeta) guarda/muestra elementos o recursos literarios que da como resultado una poética ecológica aún en la muerte, donde la “flor y canto” premian. Pero sobre todo porque a través de esos cantos, dice León Portilla: “se ingeniaron  para preservar lo que más estimaban: su tradición ancestral, sus valores morales y su lengua” (la Jornada, 2005).

            Sabemos que tampoco se le llamó “flor y canto” (y luego poesía indígena) por que está escrita en alguna lengua precolombina (de esto ya se ha quejado más recientemente Humberto Ak´abal), ni por que tengan una  métrica y rima particular –si es que se les  puede llamar así-,  en cambio sí por que en los cantares (“versos”) se muestra el alto (complejo, sofisticado, “estético”, artístico.) desarrollo intelectual que alcanzó el Hombre precolombino en el intento por comprender e interpretar y acceder a la “naturaleza” que lo rodea, con la que ser relaciona.

            Quizá en los intentos por adecuar o distinguir  un acto creativo primigenio/originario de otros más contemporáneos, los sudamericanos han  entrado a la palestra  “clasificatoria” al distinguir tipos de poesía que se desprenderían de la que en México sólo conocemos como “poesía indígena”, “poesía en lengua indígena”.

 3

El frágil pero bien estructurado equilibrio (los ciclos)  que amalgama las comunidades indígenas a  través de los siglos y milenios, está en función de la permanencia (homeostásis) de la naturaleza que los rodea, los cambios acelerados en el último siglo, ciertamente transformaron las distintas dinámicas de esos pueblos, grupos o comunidades. La migración generó adaptaciones, que evidencian transformación en la cosmovisión o cosmogonía indígena  actual, pero no una asimilación positiva de las nuevas experiencias.

            Desde los primeros años (50´-60´) en que se continuó la hegemonía mundial (imperialismo intelectual) a través del Programa de las Naciones Unidas  para el Desarrollo (PNUD), los países se volcaron en un aparente reconocimiento de los pueblos, comunidades indígenas.  Lo cual incluye la recuperación de su lengua –docentes con lengua nativa-, medicina y más recientemente sus atavíos, música, danza. Me tocó saber, de primera mano, sobre docentes maestras que no pudieron dar clases en universidades “indigenistas” por tener la piel más blanca, por no hablar alguna lengua. Tal actitud ayuda a la permanencia de  tal o cual grupo indígena o etnia, también de esa forma el nicho ecológico se mantiene y, en cierta medida, se reestablece el tejido espiritual/psicológico de esas comunidades, aunque no son las mejores formas.

            Consideremos, sin embargo, que no todos los integrantes de esas comunidades indígenas pueden o desean resguardar sus tradiciones, recordemos a los migrantes que  requieren otras formas y medios de comunicación social, el lenguaje materno ya no le es suficiente. Principalmente todo los hijos de éstos migrantes hablan más o prefieren el español.  A estos nuevos vecinos ocasionales se les mira/trata distinto, y por supuesto se les nombra de otras maneras, generalmente peyorativas. En algunas comunidades  de Puebla, Oaxaca o Chiapas las mujeres no pueden casarse con hombres que no sean de alguna etnia vecina, de preferencia de su propia comunidad. Todos estos cambios se ven reflejados en la literatura indígena.

            Los cambios se evidencian en la “poesía indígena”, sobre todo en la poética de los nacidos en los 60´, que a la par se ha convertido en una poesía de la migración[2], del movimiento sí, aunque  forzado y violentado en cantidades industriales tanto que una sola palabra ya no es suficiente y  se populariza  al “inmigrante” o “emigrante”. Se evidencia una poética del sujeto Tele-adolorido. Hiper-melancólico pero por los aviones, autobuses y hasta patinetas. Esas mismas “experiencias o temáticas” podemos encontrar en la “flor y canto”,  con olor/ritmos ancestrales, de inciensos  pero siempre existencial  (“te pareces al revolotear de las aves buscando cielo”). En cambio cuando se introducen “neologismos” siguen siendo cantos –quizá-, si queremos llamarlos así,  pero más derivados de la comida chatarra o los media y luces neón que de la in sochitl, in cuicatl.

            Lo que vemos en la poesía contemporánea nombrada “indígena” son cantos producto de la “cultura pop” llena de flores plásticas y sonidos estereofónicos. Nada que ver con las “Flores y cantos”, respuesta que habría recibido Tecayehuatzin –señor de Huexotzinco- al preguntar (aquí podemos ocupar la expresión como afirmación): "¿Es esto lo único verdadero sobre la tierra?". "al son del caracol/cantar a la fecundidad":  Luz Aurora Chinlle Vacacela (indígena contemporánea, Ecuador)

            Los textos poéticos contemporáneos en lengua indígena  están encaminados al texto de denuncia, reinvindicar relaciones con sus parientes étnicos, las “maravillas” –positivas o negativas- citadinas, etc., quedando a la vera  aquellos elementos primigenios. (“y se sueña en una calle de Dakar /teje’ myabaxäbya’ Dakar’pä kubgu’y”…. “ y sabe que Mahoma no le perdonará”, Mikea Sánchez.).

            Las distinciones que se hacen en A. del Sur  a ésta clase de poesía/literatura, se alejan del “mote” de lo puramente “indígena”, y no por eso dejan su estatus de indígena. Para nombrar su nueva personalidad y realidad los integrantes de estas tendencias poéticas o movimientos literarios, de América del Sur, retoman elementos de la antropología social, invirtiendo el rol, pasan de ser los observados a quienes observan. Además, dejan la mirada “ingenua” (orgánica) propia de nuestros tlamatinime, retomando la crítica académica, con elementos de la escuela de Frankfurt.

            Quizá en ese intento por esclarecer y establecer su nueva situación/realidad los neologismos que esos grupos literarios utilizan hacen más “efectiva”, diáfana u “honestas” esas nuevas poéticas del sur que podemos encontrar bajo las siguientes expresiones: “poesía etn-ocultural”, “poesía etno-cultural indígena”, “poesía etno-cultural colonial”, etc.

            En México,  es difícil encontrar indicios sobre algún tipo de discusión relacionada con la “poesía indígena” más allá de los lugares súper-especializados. Aún las revistas “especializadas” en “poesía indígena” no se percibe/lee rasgo alguno de autoanálisis, ya no digamos autocrítica. Un ejemplo actual fue la revista Iguana Azul, la cual dedicó algunos números específicamente al tema de la poesía indígena, amen de que en cada número destinaron un espacio a esa categoría poética, sin embargo en ninguno de los números encontramos el texto donde se analice o ponga en algún juicio el quehacer del escritor o poeta indígena. Algo si queda claro en un texto de Iguana Azul, escrito por zapoteco Macario Matus (“Los retos de la literatura indígena o los restos de la literatura indígena”, núm. 5, 2008), que la literatura indígena sólo se ha de salvar si se guarda o prevalece lo que ya desde tiempos ancestrales se ha cuidado; dice Matus: “…conocía, a través de los sabios, la riqueza natural, pluvial y marina... Los zapotecas, apoyados por la agreste zona, el amor a sus dioses defensores de su autonomía para gobernarse a través de su propia nobleza y sus gobernados… y remata “Continuamos relatando lo que fuimos, somos y seremos”. En el texto no se deja en claro la posición de La poesía, sino del devenir de las comunidades indígenas y la necesidad de resguardar lo propio/originario.

            En nuestro país, y en otros de América del Sur, existen infinidad de poetas que recuperan, establecen o continúan los diálogos comunitarios (en su comunidad),  a través de otros formatos, leguajes y palabras, pero su quehacer está mas cercano a la Escuela de Bellas Artes o la Facultad de Filosofía, por lo que impregnada de un nuevo positivismo (hablamos del curriculum) su quehacer está claramente identificado  y se nombra “arte” y bajo ese eslogan  se promueve y es comprado, vendido o subvencionado como todo arte contemporáneo, que en gran parte resulta “arte pop”.

            Este tipo de poesía y/o literatura, al no estar  originadas o motivadas en la “flor y canto”, siguen el devenir posmoderno, es decir un  ejercicio u oficio poético desde la “polis”  y la “etnia”, y menos del pueblo o comunalidad, por más que se viva en una comunidad no urbana. Los distintos elementos o  componentes de la poesía que se hace llamar “poesía indígena” guardan cercanía  a los elementos de la “cultura pop” y se alejan de algún nicho ecológico a la que toda poesía indígena está nucleada.

            En tanto la poesía de muchos, gran parte, escritores en lengua indígena contienen esos 2 elementos (etno y pop), bien podría llamársele poesía “etno-pop” y dejar aquella acepción, “poesía indígena”, para los “versos y sonidos” que están relacionados a la “flor y canto” ancestral.

            ¿Podríamos aceptar que, como el glifo prehispánico, las palabras que componen el “verso” indígena primigenio están plagadas de efectos y elementos sígnicos, ecos polisemias, que guardan más relación con aspectos místicos, cotidianos aunque “trascendentales”, eventos o fenómenos naturales como maravillosos,  lo contrario de poesía etno-pop?

            Otr@s  escritor@s que podemos considerar poetas “etno-pop”: a Mikeas Sánchez, Irma Pineda, Rocío González, Mardonio Carballo, Natalia Toledo.

            Otr@s poetas que guardan la tradición tlamatinime: Natalio Hernández, Enriqueta Lunez, Celerina Sánchez, Juan Gregorio Regino.



[1] ¿“Intelectual orgánico”, quizá?

[2] Por no mencionar la poesía pos-revolucionaria que estaba encaminada a la reconstrucción de la patria, me acompañan a un recorrido a la poesía escolar: Niños Héroes, Miguel HIidalgo, etc. ¿Cómo que no se antoja, verdad?